Así empieza la vida de Damarys, actualmente propietaria de “Hadas”, una peluquería situada en el barrio Bosa la Libertad. Conceptualizando un poco mi historia, una mujer atrapada en el cuerpo de un hombre. Un destino que ella no pidió, pues no podemos planear el género con el cual llegamos al mundo. Que estupendo sería si pudiéramos escoger nuestras vidas… nuestro físico… nuestro estatus social… nuestros padres. Sentir que su identidad de género era otra, no surgió con el tiempo. Fue algo que sintió incluso cuando daba sus primeros pasos. Siempre tuvo ese glamour, esa anhelada delicadeza que caracteriza a una mujer. Desde pequeño no me gustaba jugar a los carritos sino lo que tanto deseaba era jugar con las muñecas de su amiga Luna, una chica que vivía a tres casas de la mía, en el conjunto Puerta al Horizonte, donde crecieron juntas. Recuerdo que eran como dos hermanitas. A Damarys siempre se le veía rodeada de mujeres, algo que era muy extraño y causaba curiosidad. Él quería el color rosado, pero por miedo a lo que pensara la sociedad, escogía el color azul. Él sabía que no era la vida que le pertenecía. Como si hubieran cambiado su cuerpo, como si no fuera el sino otra persona. Sentía como mujer, pensaba como mujer y hasta sus ojos se ponían en aquellos que tenía por iguales, no como cuando ves a un asesor bancario o al tendero del barrio sino esa mirada que nace como producto de sentir mariposas en el estómago. Cuando sus ojos se encuentran en un laberinto sin salida, encorralado en aquel panorama que no le pertenece pero que quisiera hacer suyo.
Un límite
absurdo que le impedía actuar naturalmente. Una pared muy angosta en la
garganta, que no le dejaba ni pasar saliva. Es algo que no le deseo a nadie, ni
siquiera a esos que planeaban como hacerle la vida imposible en la escuela o
aquellos que decían ser sus amigos, pero cuando estaba en el peor momento de su vida, le dieron la espalda. Y de sus padres ni se diga… cuando me encontraba en
una encrucijada que determinaría el rumbo de mi vida. Tendría que decidir entre
conservar las personas que estaban a mi alrededor o empezar mi verdadera vida y
empezar a preocuparme por mi bienestar y seguridad, ¿sonaba mejor la segunda
no?, para nadie es un secreto que llegamos solos a este mundo y así mismo nos
vamos. Si yo no empezaba a preocuparme por mí… ¿quién más los haría? Me tiraron
a la calle como si fuera un perro sucio, solo por no cumplir con sus ignorantes
estándares, con sus viles creencias que divide a los “malos” de los “buenos”,
no se debe confundir los gustos e identidad sexual, con principios éticos,
porque créeme, en la cárcel abundan bastantes heterosexuales.
El sol no se
tapa con un dedo y por más que quisiera ocultar su realidad, sentía que no
merecía vivir así, fingiendo ser lo que no era. Quería darle un vuelco a su vida, tal vez encontrarle sentido. Ya no le importaría lo que la sociedad pensara, con
sus estereotipos y sus infinitas reglas, lo que quería finalmente era ser feliz
y es así como empezó su transformación, aunque no tenía sentido llamarla así,
porque nada cambiaría dentro de ella. Si, porque siempre fue “ella”. Solo esa
apariencia física con la que batallo durante largos años, aquella que me
producía asco y me avergonzaba cada vez que me miraba al espejo. Por fin decidió
abrir su corazón, para contarle a mis padres como me sentía y la decisión que
había tomado. Como sabía que no era un trabajo fácil y el machismo y la homofobia
se pronunciaba en cada esquina y crecía como espuma, del cual era participe mi
padre era exorbitante. les pedí que se sentaran. Mis latidos se aceleraban y
una gota de sudor brotaba por su cara, al pensar cuál sería su reacción. El
momento llegó y se dispuso a contarles lo que había guardado dentro su corazón por
mucho tiempo. Les dije que quería hacer una transición de género, que ya no quería
estar más en un cuerpo que no me correspondía y con el cual no se sentía cómoda.
Ellos no comprendieron sus sentimientos y sus anhelos por ser una mujer. En
lugar de eso, lo trataron de una manera grotesca e intolerable. Eso es algo que
nunca he olvidado. Por lo que hasta el día de hoy se limita solo a saludarlos,
pero de lejitos. Aunque algún día tendrá que perdonarlos, porque no solo está
en juego su orgullo sino también su tranquilidad.
Siempre sufrió rechazo
por parte de sus padres y aunque sabía que su reacción no sería la mejor ni la
más apropiada, nunca pensó que un padre, quien nos vio al nacer y se supone que
nos cuida más que a sí mismo, arrojaría a su suerte a su hijo a un lugar que ni
el mismo conoce, unos sótanos del infierno donde pocos sobreviven “la calle” …
cuando pensaba que sería más duro para el, por el alto nivel de homofobia que
abundaba por estas mismas… y ahí estaba Damarys a sus 10 años. Con la duda de
cómo iba a sobrevivir. Le causaba terror pensar que no duraría ni una semana
transitando por estas largas y densas vías. Pero, si iba a afrontar este reto,
lo haría con todas las de la ley. Bien dicen que el miedo se pierde cuando lo
empiezas a enfrentar por todo lo alto y eso significaba vestirme como una
mujer.
El primer día me
fue como perro en misa. Llegó a un lugar, que nunca en su vida había visto en
vivo y en directo, pero debido a las noticias que su madre colocaba sin falta todos
los días a las 12: 30 p.m. logre acordarse de esa apariencia desagradable,
turbia y poco higiénica que caracteriza a las mal llamadas “ollas” que se
encuentran en la calle 22. Primero su instinto le impedía acercarme a ese lugar
de mala muerte, pero también tenía la necesidad de sentir, aunque sea un poco
de calor; el cual abundaba en ese lugar. No le importaba el olor a cigarrillo,
mariguana, etc. Sin dinero no podía imaginar en que otro lugar pasaría la
noche. Como ella había muchos jóvenes sacados de sus casas, por padres que ya
no encontraban otro recurso para ayudarlos a salir de ese infierno llamado,
“drogadicción”. Pero su caso era excepcional. No sé si la época de 1982 tiene
relevancia para lograr entender, ¿por qué ella era la única mujer trans en ese
lugar?, tal vez si… La noche transcurría en total calma, estaban tan drogados
como para identificarme. Pero a la 1:00 a.m. una joven como de unos 20 años
empezó hablar en tono de burla, diciéndole maricón, ¿quién le dio permiso de
estar aquí? No contenta con insultarla se acercó y la golpeó en la cabeza. Le
decía una y otra vez, ¡respóndame!, él se quedó mudo, la suerte no era su compañera
en esa ocasión. Inmediatamente todos se abalanzaron contra él y siguieron el
juego de esa idiota. Aquella noche vivió en carne propia esa rabia enfermiza, y
ese aislamiento de las personas, como si fuera un virus que quisieran borrar de
la faz de la tierra e imposibles candidatos para la reproducción.